Mostrando entradas con la etiqueta Spoliers y booktrailers. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Spoliers y booktrailers. Mostrar todas las entradas




Spolier y book trailer del poemario Pasillos nocturnos


El poema que acompaña esta entrada es el último del poemario...


Pasillos nocturnos

Amor tuve un sueño premonitorio. Me despertaba y no estabas en el lecho, discurrías por los túneles de una casa; asido a la mano de una dama. Una cortesana hermosa vestida de terciopelo, dueña de tus actos y tus deseos. La seguías por dónde te llevaba. Sin embargo, al girarse, vi que su rostro no era de porcelana; y tú, estabas en una fosa de tierra con lágrimas de sangre y huesos de escarcha. Enterrado bajo una losa de piedra. Ella no era un capricho pasajero, era la dama de negro con óvalo blanquecino y manos de hierro. Sus cuencas yacían huecas y su sonrisa era macabra. Amor, como dice Baudelaire, la muerte acompaña al poeta y, ahora, sé que está en lo cierto. Caminaré por los pasillos nocturnos de nuestra casa, buscando tu huella; excavando el sepulcro que te atrapa. Haciendo finito lo que por naturaleza es eterno. Amor, no te vayas.

©Anna Genovés



Book trailer del poemario Pasillos nocturnos






Spolier y book trailer del libro de relatos La caja pública

Relato, El conductor

Vehículos y carreteras
arbustos y conductores
el mundo es un pañuelo
buscas lo que encuentras.

Magdalena está preparada para ir a pasar unos días con su madre. Hace unos meses que se ha quedado sin trabajo y tiene la moral por los suelos. A la postre, ha descubierto que su esposo se la pega con otras... Lleva años sospechándolo. Hogaño, con tiempo libre, se ha cerciorado. No es la primera vez que descubre manchas de carmín en su ropa. Cuando le preguntaba, Jesús, siempre le contestaba lo mismo: “cariño he ido a ver nuestra pequeña —una veinteañera emancipada—, ya sabes que es muy besucona…”. Con las horas de asueto hace sus cábalas. En la perfumería, le dicen el color exacto del labial. Marcha a casa de su hija y, ¡zas! La niña nunca ha utilizado el tono “rojo coral” de Astor. Siempre ha pensado que los humanos, como el resto de mamíferos, son polígamos. Sin embargo, las mujeres —por lo general— llevan la cornamenta. Piensa que las de su género, saben aguantar el temporal y los sudores de la entrepierna. Los machos, no. Con este panorama, sólo le falta descubrir si tiene una pilinguis o se va de putas. Está a punto de contratar a un detective. En el último instante, se arrepiente.
—Mira, lo he decidido. Desde que el médico me dio botica, estoy feliz y a gusto con mis protuberancias (se toca la cabeza para ver si las astas son demasiado exageradas. Le entra la risa). Qué Jesús haga lo que le dé la gana. Una, se va con mamá —le cuenta a su amiga Dolores por teléfono.  
—¡Muy buena idea, querida amiga! Ve a pasar unos días con tu mami; te sentarán bien —insinúa Dolores a través del auricular.
—No Dolores. No me voy para unos días; me voy para unos meses… Volveré cuando haga calor. 
—Y me dejas sola. ¡Qué mala eres!
—¡Estoy harta de mi marido! Qué se quede de Rodríguez todo el invierno. Ya se acordará de mí cuando haga frío… —sentencia Magdalena.
Camino de Almagro —donde vive su progenitora—, Magdalena canturrea. Está escuchando a Camarón. Se engancha en una estrofa y le sale la risa floja; su acompañante perpetua desde que toma Prozac. Seguido, necesita orinar. ¡Mierda, qué me meo! Hasta dentro de cincuenta kilómetros no hay un área de servicio. ¿Qué hago? Tengo que parar por narices —parlotea consigo misma con es gracejo inmenso de las castellano manchegas; todas ellas Dulcineas del Toboso—. Minutos más tarde, aparca en el arcén y se pone en cuclillas entre unos matojos. El potorro al aire y el rostro extasiado cuando sale el chorro. La mismísima Santa Teresa en uno de sus trances. ¡Piii!!! ¡Piii!!! Un ensordecedor claxon, hace que mire hacia la carretera. Justo, pasa un tráiler. Desde la ventana, el copiloto le vocea:
—¡Quién fuera hierba para acariciar tus bajos! ¡Wapa!
—¡Ay Dios! ¡Ay Dios! —repite (persignándose en la frente, en la boca y en el pecho) con el culo al aire y subiéndose los pantalones como puede.
El camión se esfuma en el horizonte. Magdalena vuelve a su Ford, roja como una fresa madura.
—¡La madre que lo parió! —sermonea—. Si llega unos segundos antes, me corta la meada.
Al decir estas palabras, se percata de algo inusual: está húmeda. La lívido por los aires…
—¡Madre mía! Me he puesto como una moto. Si me ve la ginecóloga me dice que de óvulos lubricantes, nada. Jejejeee… ¡Estoy hecha una jabata! —se alaba.
Emprende la marcha, más feliz que unas castañuelas. Enciende el DVD y cambia de artista. Toca algo más sexy; unos R&B de su hija. La música hace que la carretera se le antoje diferente. Se apea en el Área de servicio para llenar el depósito. Baja, carga el tanque con gasolina sin plomo y vuelve a subir. Cuando pasa por la zona de vehículos pesados, ve el camión del mulato que le ha piropeado.
—Paro y veo como está de cerca. Pero, ¿dónde vas Alfonso XII? Si tienes más años que Matusalén —se dice a sí misma, mientras repasa sus labios en el retrovisor.
No puede evitarlo. Para el motor del vehículo y va la cafetería. Está vacía. Entra con su melena negra, cantoneándose. Sara Montiel en plena madurez. En la barra, el oscurito con otro bizcochito, de la edad de su vástiga.
—¡Joder! Si los dos están de rechupete. Unos ciervos para mojar —murmura por lo bajini.
Se acerca a la barra y le dice a la camarera:
—Ponme lo que estén tomando los chicos. Pago la ronda.
Media hora después, entra en una habitación del Motel con el cuarterón de uno noventa. Se siente como la Bassinger en Una mujer difícil o quizás la Dunaway En los brazos de la mujer madura. Recapacitado el asunto, resuelve que si los hombres se lo pueden montar con jovencitas; las mujeres se pueden calzar a polluelos. En la suite sin estrellas, se desviste a lo leona. Poniéndose a cuatro patas sobre la cama. ¡Gr…!!! Gruñe con sus zarpas de gel. El camionero, se quita la ropa despacio… Cuando termina, la exuberante felina, es un gatita que quiere huir.
—¡Qué pasa! ¿No te gusto? —le pregunta el joven; ciclado como una tableta de chocolate puro.
—No hijo, no. ¿Cómo no me vas a gustar? Eres una estatua de ébano.
—¿Qué? ¿Qué?
—Nada, nada… Que estás muy bien dotado. Demasiado. No estaba preparada para esto.
El chico no le hace caso, la tumba; le abre las piernas con sus musculados brazos. Ronronea por su pubis y le desabrocha el body de encaje negro, que tanto estiliza su figura, con la boca. Juguetea con todo lo que atisba su lengua, larga y dúctil. María tiene un orgasmo. Tal cual, se la carga el torso, la apoya contra la pared y la penetra hasta la garganta. Ella gime de placer. Chilla como una endemoniada. Un segundo orgasmo hace que su cuerpo experimente una ola de sacudidas perpetuas. En uno de los brutales movimientos, se percata que el conductor —rubio y con ojos almendrados— está sentado. Desnudo, masturbándose. 
—Oye, que tu compañero ha entrado —le suelta al negraco.
—Tranquila —contesta el Apolo tostado que la mantiene en el Nirvana.
Su fantasía la lleva a otro film del que no recuerda el nombre. Sólo  sabe que la chica se convierte en un sándwich. Uno por delante y otro por detrás. Se relame, pensándolo… El rubiales se acerca. Magdalena está convencida, que en breve, se convertirá en un bocadillo. De repente, alucina. El nibelungo arremete al mandinga. Forman un trenecito. La pared, ella, el mestizo y el caucásico. El affaire de Magdalena es un regalo del cielo. Pese a tener familia y amigos, muchos. Quizás, demasiados. Es la imagen perfecta de la soledad. 

©Anna Genovés
Del libro de relatos La caja pública
V ― 488 ― 14
ASIN: B00O9E3ZNM
           ISBN-10: 1502468433
           ISBN-13: 978-1502468437 

Book trailer del libro de relatos La caja pública







Spolier y book trailer de El legado de la rosa negra

De regreso a la colosal tierra de los faraones. Tuvimos el tiempo necesario para aclarar parte de las investigaciones en La Biblioteca Sagrada. Mi esposo había descubierto un extraño papiro; una especie de boceto en el que aparecían unas figuras similares a nuestra familia. Yo era totalmente escéptica. Khalid lo había estudiado durante varios meses. Se trataba de un pergamino roto en el que aparecían una triada adulta compuesta de dos hombres morenos y una mujer rubia. Delante, dos niños con rasgos idénticos a los adultos: todos con una rosa florida en el pecho.

―Muy interesante... Puede tratarse de una coincidencia, nada más ―dije, pensativa.
―Puede ser. Pero nunca he visto damas con cabellos dorados en papiros de mis antepasados ―respondió Khalid.
―No será porque no hay mujeres rubias en vuestros harenes ―interpelé con suspicacia.
―Las teníamos. Ya te dije que todos los serrallos han sido abolidos.
―Da igual. Es algo reciente. El papiro tiene miles de años.
No podía creer que hubieran pasado de la poligamia a la monogamia, hasta verlo con mis propios ojos.
―Quiero decir que nunca se dibujaron. Por lo menos, que yo recuerde ―recriminó Khalid.
―Posiblemente por su condición de esclavas o porque utilizaban pelucas según la moda.
―Tú lo has dicho. ¿Por qué esta excepción?
―Lo averiguaremos. Todo a su tiempo.
―Contigo a mi lado, será mucho más fácil.


Lectura de los primeros capítulos El legado de la rosa negra

Book trailer de El legado de la rosa negra






Spolier y book trailer de Las cicatrices mudas


SITUACIÓN: el comisario Juan Utrera sale de la habitación del prostíbulo donde ha quedado con su infiltrada hacia la alcoba de Elsa, su gatita. Al ver su silueta esperándolo evoca –mediante un flasback detallado—, a la espía Vera Carmona: su amante...


******

Utrera sale de la habitación. El pasillo tiene las luces más tenues que de costumbre. Ve la silueta de Elsa con su cabellera rojo sangre tendida hacia atrás fumando un pitillo extra largo y mirando cómo se acerca. Las caderas redondeadas, se balancean. Los labios voluptuosos expiran pequeños círculos de humo en forma de corazón. Cuando Utrera se aproxima, sujeta a la mujer contra la pared e introduce la mano entre sus piernas.
 Elsa tiene el rostro de la Vera de antaño. Nota sus braguitas de encaje húmedas, como siempre...
―No hace falta que seas tan rudo, Juan. Solo quería pasar un buen rato contigo ―susurra Vera.
―Pues nada, seré todo lo fino que quieras. O mejor todavía: al tajo y punto ―Juan la evita—. Mantienes relaciones sexuales con demasiados tíos. Soy uno más... Al final, voy a pensar que solo sirves para follar ―indica Juan de mal talante.
―¡Qué grosero eres!
Vera lo abofetea. Juan la coge de las muñecas y la zarandea.
―Si no fuera por lo mucho que te quiero, no sé lo que te haría... Y deja de llamarme Juan: a partir de ahora quiero que me llames Utrera, como en el curro.
―Siempre con la misma cantinela; pareces un disco rayado de 33 RPM, tío. Tengo sexo con todo bicho viviente porque es mi trabajo, ¿o es que no lo sabes? Te avisé: te dije que lo dejáramos. Era mejor que no siguiéramos viéndonos.
Vera lo abraza, tibia. Deslizando sus dedos de pianista por el torso del policía. Empero, Utrera no está por la labor. Sabe que ha quedado con él porque necesita que le haga algún trabajito; que le cubra las espaladas o que vigile a alguien. Lo de siempre.
―Algo querrás cuando me has llamado... ―le dice.
Vera se retira y le contesta:
―Pues mira, ahora que lo dices, así es. ―La Espía cruza los brazos y levanta la punta de sus zapatos con tacón de aguja. Da varios golpecitos en el suelo como una dominatrix delante de su lacayo.
―Está claro que solo me buscas cuando me necesitas ―dice Utrera entornando los ojos.
―Cierto. Por eso eres mi mejor amigo, Utrera. Si no quieres tener sexo, lo entenderé... tú controla a los superiores de la comisaría de Sevilla-Centro y punto.
―¿Quieres que vigile a los jefes?
―Exacto. Uno de ellos está de mierda hasta las cejas.
Utrera hace una mueca y pregunta:
―¿Estás segura?
―Sí. ¿A ver por qué te crees que aguanto todo lo que aguanto? No me queda otro remedio. Stellan Kalinichenko ha largado más de la cuenta; por encima de su cabeza, hay uno o varios policías... y no de la escala básica. Más bien de la ejecutiva.
Utrera silba:
―Ppsssssüüü... ¡Muy interesante! Y peligroso.
―Es lo que hay. No tenemos a otro confidente: tienes que ayudarnos.
―Haré todo lo que pueda. Pero no te aseguro nada.
―Con eso me vale, por ahora.
―¿Y dices que el ruso te ha contado algunas confidencias? Será que le gustas más de la cuenta... ―Utrera acaricia el cinto con la HK: está celoso.
―Eso parece.
―Seguro que las prótesis mamarias que te ha colocado, le vuelven loco, ¿no?
―Vaya, eso quiere decir que has visto los últimos film que he rodado. Todavía me quieres ―Vera tamborilea las falanges de sus dedos sobre los bíceps de Utrera. Pero él la desprecia.
―¡Vete a la mierda! ―le suelta ordinario.
Vera le contesta autoritaria:
―Tú, preocúpate del comisario Velasco y su grupo de matones.
―¡Eso es imposible! Velasco es la vaca sagrada de la comisaría. Además de ser un hombre honesto.
Vera se descojona:
―Ja, ja, jaaa... Parece mentira que digas eso, ¿acaso no sabes que las apariencias engañan?
Utrera frunce el ceño. Inmediato, le pregunta:
―¿De verdad pensáis que Velasco está dentro de la Operación Tatuador.
Vera mueve la cabeza afirmativamente.
―Hazme caso: vigílalo ―dice Vera.
―¡Joder! Cada vez me lo ponéis más difícil.
―Tú mismo.
―Lo intentaré, Vera. Lo intentaré. Pero recuerda que no estoy entrenado para ser espía.
―Si quieres, puedes. Que no se te olvide nunca.
―Seguro que si se me olvida estarás cerca para recordármelo.
―Bueno, Utrera, cambiemos de tema, ¿follamos o qué? ¿No te apetece probar mi tetamen...? ―Vera habla jocosa, manoseando sus exultantes pechugas.
Utrera, mueve la cabeza y le contesta con otra pregunta:
―Vera, ¿te has parado a pensar alguna vez que tu trabajo te ha devorado por completo?
―¿Qué dices?
―Nada queda de mi niña de trenzas taheñas. Apenas te reconozco ―sugiere Utrera.
―Puede que tengas razón y, ¿sabes qué? Ahora, todavía te gusto más. Estás excitado. Lo huelo. Lo noto.

Vera masajea la bragueta de Utrera. Minutos después, retozan sobre el lecho. Cuerpos agitados de carnes prietas. Ambos gozan con la compañía del otro.


SIGUE LEYENDO... Las cicatrices mudasthriller neo-noir/hard boiled.



Book trailer de Las cicatrices mudas





Spolier y booktrailer de Tinta amarga

Situación:

La agente del CNI Vera Carmona está recuperándose de las heridas sufridas en un atentado junto a su hija, ambas con identidades falsas.

***

―Mi primera misión fue hacer de chivata. Me ligué a un yonqui. Terminé por hacerme adicta sólo para que me presentara a su camello… después, hice mi trabajo y él fue el cabeza de turco: acabó con una sobredosis mortal ―contó Emma, inalterable.
―¿Cómo reaccionaste?
―Daño colateral. Tienes miedo a que te suceda algo parecido, ¿verdad?
Tania movió la cabeza en un ademán de aceptación.
―Siempre habrá una primera vez. Desagradable, por supuesto. Tendrás que liquidar a alguien, follar con algún tipo vomitivo, te pondrán un 38 en la sien, darás tu primera patada en los cojones al pringao del 38. ¿Sigo o nos vamos a Disneyland?... La prueba inicial siempre es difícil. Luego, serás la costurera feliz: coser y cantar. (Risas).
―Quizás no sea tan buena como tú.
―Eres mejor.
―No lo tengo tan claro…
―A estas alturas no puedes tener dudas.
―¿Cómo no voy a tenerlas?
―Tú, recuerda mis palabras y mis instrucciones siempre. ¡Eh! Seguro que lo harás bien. Cree en ti.
―Lo haré. Por supuesto que lo haré…
―¿Quieres comentarme algo más?
―No. Eso es todo ―Tania torció el morro.
―Carlota, hija mía, esta será la última vez que pronuncié tu verdadero nombre. Quizás nunca volvamos a vernos. Quiero que sepas que siempre te he querido, aunque no lo haya demostrado ―Emma seguía mirando al horizonte plomizo que se abría frente a sus ojos, sin pestañear si quiera.
―Madre, me has querido a tu modo. Somos distintas pero genéticamente tenemos eso que dicen los entrenadores de fútbol; “instinto asesino”. ―Carlota se mantuvo tan impasible como su madre.
―Puede ser…
―Una última pregunta.
―¿Tú dirás?
―¿Por qué me pusiste el nombre de Tania Pérez, nunca me lo has contado?...
―Mmm… ―Emma dudó antes de contestar.
―Olvídalo, no quiero incomodarte.
―Tranquila. Es mejor que lo sepas… igual te ríes.
―¡Hagamos la prueba!
―Estabas inconsciente. Pero yo seguía lúcida aunque tuviera quemaduras de tercer grado. Llamé al CNI y ellos… ―Tania, atajó la frase.

©Tinta amarga de Anna Genovés


Booktrailer de Tinta amarga