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Conversaciones de hombres

 

 

Rubias, morenas

pequeñas o grandes

todas gustan

al hombre que sabe

 

 

Desde hace dos décadas, a principios de septiembre, Manolo y su grey se reúnen en la Cervecería Toribio para contarse las hazañas veraniegas. Forman un conjunto de hombres de la misma generación en el que entran los compañeros de pupitre y los hermanos mayores o pequeños de alguno de ellos. El grupeto formó una piña viendo el fútbol y acabó en una amalgama de somarros para vestir santos, como decían las abuelas.


—¡Xe Manolo! ¡Qué bien te veo! —dice uno de los veteranos tras un choque vigoroso de manos.

—¡Nano! Tú siempre animando. Has echado un poco de panza —suelta Manolo, dando una palmada en la barriga abultada de su colega; semilla de un futuro Homer Simpson.

—¡Ya te vale! Y tú siempre jodiendo la marrana. Ya se sabe… unas cervecitas de más, unos vermuts, otro poquito de comida basura al buche y... Pero, con unas sesiones de gimnasio recupero la figura —contesta el implicado.

—¡Mira quién viene por ahí! —dice efusivo al ver a otro colega y prosigue—: Toni, hombre. Has adelgazado, ¿no? ¡Xe! Dame un abrazo.

—Mucha marcha, nanos. Mucha marcha —contesta Toni con los ojos brillantes y levantando una ceja.


Con el discurso de me la clavas y yo te doy un capote, van entrando los especímenes —todos, incluso Manolo (que está desempleado) socarraos—. Se nota que han estado tomando el Sol. Canarias, Benidorm, Caribe, Ibiza o la piscina del barrio. Las conversaciones son las de siempre: los nuevos fichajes futbolísticos, el curro y las mujeres. En este último apartado, se explayan.


—Tíos me he ligado a una pavita de dieciocho añitos que es un caramelín para mojar a todas horas —suelta Paco.

—¡Va! —hace un ademán peyorativo otro de los tunantes.

—Ni va ni hostias. ¡La niña está espectacular! ¡Mirar uno de los selfis que nos hicimos!


De golpe, se le echan encima como antropófagos a la caza de una buena pieza para ver quién ve las imágenes desde la primera fila.


—¡Joder! ¡Si que está buena! —dice uno.

—Mira qué culazo tiene... —insinúa otro.

—Ya podrías. Casi cuarentón y te buscas a una Lolita —suelta Toni.

—Envidia tío. ¡Envidia! Uno que lo vale. Además, me gustan tiernas —el comprometido saca pecho mientras todos babean.

—¡Va a ser que no! Yo también he ligado. La mía madurita, ¿y qué? –concluye otro de los machitos.


Las caras de los acólitos se alzan: mirando al Séneca respondón.


—A ver. ¿Qué quiere decir madurita? Qué tú todavía eres un pipiolo de treinta recién cumplidos, pajarito. ¿Qué has hecho en Ibiza? —pregunta otro.

—De todo, tíos. De todo. Además, la estancia me ha salido gratis porque me he ligado a una ibicenca por Facebook. He mojado el churro a diario. No me miréis con cara de alucinados que parecéis la cotilla de mi vecina. A ver si tengo que contaros hasta del color que llevo los calzoncillos.

—A ver, que soy tu hermano mayor. Explícate. ¿No te habrás enrollado con una yaya?

—¡Hey! ¡Que la virginidad la perdí hace años! Y me trajino a quien me da la gana. La chica me dijo que tenía cuarenta y cuatro, pero tiene algunos más… –su hermano y el resto de la troupe lo miran con cara de alucinados y, él, contesta alzando el cuello como un pavo real—: Cuando veáis las fotos no pondréis esos caretos de frikis.


Todos olvidan a la Lolita y se enfrascan en las imágenes de la suculenta MILF. Una sabrosa pieza siliconada más apetecible que la mismísima Megan Fox en Jennifer’s body. Las imágenes de los trofeos se intercambian por wasap y cada cual saca sus conclusiones. Todos menos Manolo. Toni lo mira con cara de pena y le dice—:


—Tranquilo, Manolo. Todo llegará. Antes, me has dicho que tienes una chapuza entre manos. Cuenta, cuenta... —le da unas palmadas en la espalda, animándolo.


El chico se hace el remolón. Pero al final les sugiere que él también tiene unos selfis muy picantes. Su móvil rula por los aires. Todos quieren verlos.


—¡Cabrón! ¡Qué calladito te lo tenías! Te gusta el porno hard. Me estoy poniendo cachondo —suelta Toni.

—No querrás que pensemos que eres el suertudo de la pantalla, ¿verdad? Con ese rabo de Rocco Siffredi —concluye Paco.


En la pantalla aparece un manubrio potente dentro de la boca de una mature jocosa a cuatro patas. Detrás una veinteañera introduciéndole un dildo de última generación. En ese instante, aparece el rostro del agasajado. Uno de los compinches le pega un codazo para que cierre la boca.


—Paco, ¡cállate y mira!  —le dice.

—¡Me caguen en la leche! Manolo… tu polla es gigante. ¿Cómo puede ser?

—Todos tenemos secretillos —contesta Manolo.

—¡Y tanto! Ya nos contarás que hacías montándotelo con una tiernita y una madura, a la vez —comenta otro de los cofrades. Manolo sonríe antes de hablar.

—Os he dicho que me había salido un currillo. ¡Ahí lo tenéis! Soy director, productor y actor de películas para adultos. Estaba hasta los huevos de estar sin blanca. En el último cursillo del INEM conocí a esas nenas. Compenetramos y nos tiramos al pisto. Ya que tengo un buen pilón lo aprovecharé mientras pueda.


Los colegas se quedan con un palmo de narices –boquiabiertos y con cara de gilipollas.


—Tranquilos.  A vosotros os pasaré las pelis gratis. Por cierto, las mujeres ardientes siguen igual de jugosas a los veinte que a los setenta. Todas me la ponen dura —Manolo se toca la entrepierna—. Os lo dice un profesional. Nos vemos en el derbi del próximo domingo. Ahora, tengo trabajo —dice socarrón, antes de marcharse.

 


©Anna Genovés

Rectificado el domingo diez de marzo de 2024

Relato incluido en el libro La caja pública. Publicado en Amazon. 2014.

 

* Este relato se lo dediqué a José Luis Moreno-Ruíz hace años y, en la actualidad, al visionar la serie de Netflix Supersex que cuenta la vida del actor porno mencionado e interpreta de manera magistral el que fue Aureliano –Alessandro Borghi— en Suburra, lo he republicarlo.

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Te lo prometí mamuchi

 

Las promesas se las lleva el viento

el corazón permanece alerta

 

Mi madre era una ávida lectora. Su escritora preferida era Agatha Christie: tenía la colección completa. Pasados los 75 años, le enseñé a manejar el ordenador. Un día le abrí uno de mis manuscritos –un tocho bien grueso que había escaneado página a página para tenerlo a buen recaudo dentro del PC—. Una de las muchas novelas que rulan por mis cajones. Estaba absorta leyendo mientras yo la controlaba de lejos, observando sus reacciones…

 

― ¿No te cansas mami? ―pregunté.

―No hija. Es muy interesante ―contestó.

 

Cuando acabó el primer capítulo, le dije que era mío.

 

― ¡No puedes ser! Me estás engañando ―insinuó moviendo la cabeza y con los ojos brillantes.

― ¿Por qué dices eso?

―Porque me ha gustado mucho y es muy entretenida. ¿Cómo puede ser tuya?

― ¿Tan poco crees en mí?

―Siempre he creído en todo lo que te hacías. Está mal que lo diga, pero es una gran novela.

―Tengo algunos secretillos… ―sugerí con una mueca.

 

Ella ignoraba que escribía desde que tenía uso de razón. Primero en la memoria. Y cuando aprendí el abecedario, en cualquier sitio.

 

― ¿Y por qué no me lo has dicho antes?

― ¿Para qué?

―Te hubiera ayudado. Ahora, poco puedo hacer.

 

Me encogí de hombros y la besé.

 

―Prométeme que nunca dejarás de escribir ―me dijo.

―Te lo prometo mamuchi ―aseveré reprimiendo mis lágrimas.

 

Para mí fue como ganar el Nobel de Literatura. Desconocía que sus palabras eran premonitorias: se estaba despidiendo de mí. Cuando deseo tirar la toalla y dejar de escribir, escucho sus palabras como si la tuviera al lado. Eso, me ayuda a seguir. Gracias mamá.

 

©Anna Genovés

Relato incluido en el libro La caja pública. Publicado en Amazon. 2014.

 

*Dedicado a mi mamuchi.

 

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Te lo prometí mamuchi

by on 18:18:00
  Te lo prometí mamuchi   Las promesas se las lleva el viento el corazón permanece alerta   Mi madre era una ávida lectora. Su esc...


 



El infierno de Precious

 


Obesa que no recuerda

o flaca que no se llega a conocer

la verdad es un engaño

de papel couché

 

Precious caminaba por la estrecha avenida impregnada de una traspiración copiosa. El bochornoso calor hacía que su organismo se derritiera como una terrina de mantequilla búlgara. A lo lejos, observó el único edificio alto de la vía. Allende, un colosal rascacielos acristalado de color humo. Su única salida: llegar al ático y respirar aire puro. Una utopía inalcanzable en el universo de la imprevisible joven. A medida que avanzaba, la calle se estrechaba. Una incipiente claustrofobia se apoderó de ella. Los goterones de sudor empapaban su deslustrado cabello y seguían como prósperos caudales de un torrente desbocado por sus bondadosas carnes. Pensó que cuando llegara al edificio se vería más escuálida que una anoréxica. Entonces sería doblemente feliz.

 

La calle estaba vacía. No se escuchaban ni las bisagras de las ventanas ni los zumbidos de las moscas. Nada. Exceptuando el virulento calor que agotaba todos los retículos de su pringosa hechura. Cuando llegó a la entrada de su grandioso ídolo de cristal y hormigón, su masa encefálica estaba hecha mixtos; las cerillas de su cajetilla siempre eran las mismas. No recordaba ni su pasado ni su vida. Sin embargo, estaba alegre. Se enroló en la puerta giratoria y jugueteó unas cuantas veces. El ascensor estaba averiado. Tenía que subir 66 plantas andando. No había otra forma de tocar el cielo.  En el vestíbulo había bastantes personas: se asombró. Las primeras que veía desde que había emprendido su hazaña. Rostros anónimos que conocía de algo. Malditas fotocopias de un pasado añejo que no comprendía. Un rompecabezas con las piezas desajustadas. Resopló como un toro frente al burladero y empezó el ascenso.

 

En el piso décimo, la camiseta parecía la de un pívot de la NBA. En el tercer cuarto, se la quitó. En el recodo veinteavo, los pantalones se le cayeron. ¡Por fin había dejado de ser una obesa! En la plata treintava, se dijo a sí misma que podía presentar su CV en alguna agencia de modelos. En el rellano cuarentavo, su cuerpo era un pellejo. Una catarata escalonada de carnes flácidas, un neumático Michelin deshecho. Tal vez, debía descansar y olvidar el paraíso. Sus dendritas estaban fundidas y desconocía el porqué de su empecinado proyecto. Descansó un rato y siguió subiendo hasta la cúspide.

 

***

 

En mitad de la quinta avenida de NY se abrió una alcantarilla: Precious asomó la cabeza.

 

―Por fin soy libre ―dijo con todas sus fuerzas.

 

Su cuerpo era un papel de fumar arrugado que apenas se sostenía. Pero estaba pletórica. Había llegado a la meta. Se levantó de un salto y un autobús la atropelló: la dejó como un dibu estrellado contra el pavimento. Entonces, vio a un lechuguino con patas de macho cabrío, cuernos rasurados y Cohibas sujeto entre los dientes grisáceos.

 

― ¿Dónde creías que ibas pequeño gusano? ―le preguntó.

―Al cielo ―contestó ella.

― ¡Al cielo! Ja, ja, ja… Esto se llama Tierra y tú perteneces a las cloacas del abismo. Eres mi rea ―dijo el leviatán opíparo, relamiendo sus labios groseros al ver que había encontrado a su presa.

―Estás equivocado. Esto es el cielo. ¡Idiota!

― ¡Esto es el puto infierno! Vivirás mejor en mi covacha que en este rincón olvidado de Dios. El omnipotente estaba tan hasta los huevos de vosotros, que se marchó de vacaciones y todavía no ha vuelto.

―Eso es imposible.

―Piensa… ¿No recuerdas que has hecho lo mismo en numerosas ocasiones?

 

Precious frunció el ceño y se tocó la barbilla, pensando…

 

―Pues… ahora que lo dices –susurró haciendo pucheros.

 

Precious rebuscó en sus recuerdos, en su memoria perdida. Su rostro adquirió el color mohecido de los cadáveres. Unos lagrimones surgieron de sus cuencas baldías. Su autobiografía había regresado. Siempre se había sentido huérfana porque en su familia nadie la respetaba. Día tras día soportaba la humillación: «¡Gorda! Eres una bola de sebo». Le repetían una y otra vez. Una mañana no pudo soportarlo más y puso fin a su calvario. Tomó la plancha de mami y la emprendió a planchazo limpio con toda la parentela. El pico de teflón rebosante de masa encefálica. Después, cogió el rifle de papá y se inmoló. La sentencia impuesta fue: «Infierno perpetuo».

 

En ese preciso instante, en el que los recuerdos cupieron todos y cada uno de los retículos de su psique, Precious hizo un mohín de complacencia. Por lo menos, allí nadie se burlaba de ella. Sabía que estaba un poquito pasada de kilos, pero era hermosa. Lo único que le sacaba de quicio era olvidar la historia cada vez que aterrizaba en las marmitas de Pedro Botero; su cuerpo bullía junto a personajillos repugnantes. Tampoco le importaba demasiado: era una luchadora. Sabía que volvería a escabullirse arrastrándose desde el caldo mágico hasta el borde metálico del puchero. Desde allí, emprendería su sempiterno vía crucis para intentar volver al limbo. Sin embargo, el cielo era su verdadero infierno. Tal vez, algún día volvería a nacer en un lugar menos inhóspito.

 

 

© Anna Genovés

Revisado el veintidós de febrero de 2024

Imagen tomada de la red

 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

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El infierno de Precious

by on 17:17:00
  El infierno de Precious   Obesa que no recuerda o flaca que no se llega a conocer la verdad es un engaño de papel couché   Precious camina...








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Amigos, conocidos y seguidores.

 

Para celebrar la llegada de 2024 os dejo este pequeño regalo: descarga GRATUITA de los libros que tengo publicados en Amazon durante 5 días. Desde el miércoles 3 de enero hasta el domingo día 7 de enero de 2024.

 

Seguramente, la mayoría les habéis echado un vistazo. Otros, pasáis. Y estáis en vuestro derecho. Aquí comienza y acaba mi obra literaria. El blog permanecerá vivo.

 

Entre los 9 volúmenes, encontraréis thriller, relatos de distintos géneros, ficción histórica, realismo, ciencia ficción, aventuras y etcétera... La mayoría tienen errores ortotipográficos o están faltos de una buena maquetación o de una portada más agraciada. Nadie me ha ayudado y, esto, es lo que hay. Para mí, es más importante la historia relatada que la presentación‍.️

 

Es obvio que las primeras aventuras tienen más erratas que las últimas. Exceptuando la escrita durante la pandemia.

 

Feliz Año Nuevo para todo el 🌏 Gracias.

 


Listado por orden de publicación

 

1.       Tinta Amarga | mayo 2014. Thriller policiaco 🔫

 

2.       La caja pública | relatos. Octubre 2014. Historias publicadas en este blog. Gratis siempre.

 

3.       El Legado de la Rosa Negra. Enero 2015. Romance en las pirámides

 

4.       Las cicatrices mudas. Agosto 2015. Thriller policiaco 🔫

 

5.       Pasillos nocturnos. Enero 2016. Poemario 🖋

 

6.       Erotika. Octubre 2016. Relatos eróticos 💞

 

7.       SIAH: El Ojo de Dios. Noviembre 2020. Ciencia ficción 👽👾

 

8.       2020 La realidad: de la realidad. Diciembre 2020. Sensaciones durante la pandemia 😥

 

9.       La concubina 111. Febrero 2022. Aventuras en el Lejano Oriente 📜💎

 



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Bloody Christmas


 

Navidades felices

o quizás sangrientas;

la madre asesina al hijo

el hermano se enajena

cocodrilos hambrientos

 


Dorothy Smith adornaba el abeto navideño de su hermoso chalet de Miami. Era Nochebuena y toda la familia se reunía a cenar en su casa. Hacía nueve años que su esposo había fallecido, y aunque sus hijos se llevaban de pena, querían seguir con la tradición familiar. El matrimonio Smith aumentó con el nacimiento de Saúl al año siguiente de la boda. De eso hacía la friolera de cuatro décadas. En la siguiente Navidad, se unió al triángulo Bill. Pasó un lustro hasta que llegó Peter; el peque de la familia. Un pentágono maravilloso hasta que Saúl se casó con Telma. Y la familia volvió a crecer año tras año. Primero con el hijo de ambos, Saulito. Seguido, con Mirian, la esposa de Bill. Al año siguiente, fue Minnie; el retoño de la nueva pareja quien se unió a las fiestas. Y consecutivamente, Helen la novia de Peter y sus mellizos.  Desde la llegada los gemelos, Helencita y Johnny, el clan había permanecido inmutable. Un puñado de personas repletas de hipocresía.


Eran las nueve de la noche cuando Dorothy, auxiliada por Telma y Mirian, sacaban los suculentos manjares a la mesa. Dorothy era la anfitriona perfecta. Pese a ser sesentona, todos la envidian; su look era de lo más cool y su belleza seguía sempiterna: la mismísima Jessica Lange en American Horror Story. Durante la ingesta del primer plato, estuvieron muy amables. En el segundo, Saúl empezó una azarosa discusión con su cuñada Helen. La cosa terminó con el cuchillo jamonero sobre la mano de la mujer que chilló mientras los dedos sangrientos no dejaban de gotear; el índice y el anular, bailaban sobre el mantel.


—¡Cógelos!!! Y vámonos al hospital a que me los injerten. ¡Ayayay!!! ¡Malnacido! —chilla estrepitosa la víctima.


—Pero Bill —su esposo— estaba pegándose con su hermano. Y para rematar: le clavó el tenedor en un ojo. El silencio inundó el salón. Saúl cayó sobre la alfombra. Dorothy le quitó leña al fuego:


—Tranquilos hijos. A Helen le coso los dedos. Después, me encargo de Saúl… Tú tranquilo, hijo mío —le dice al tuerto— ya sabes que mamá fue enfermera.


—Madre no te preocupes por mí, soy un guerrero como el papá —dice Saúl antes de sacarse el arma homicida del ojo sin tan siquiera pestañear.


La sangre riega su rostro, pero la reemprende con su hermano, deteniendo la hemorragia con una servilleta. Lo mismo que utiliza Helen para sus dedos.


La espectacular mesa, se ha convertido en un campo de batalla. Vuelan panecillos, verduras, platos y enseres…


—¡Hija de puta! Cómo mi padre se quede tuerto, te juro que te saco un ojo con mis propios dedos —vocea Saulito a su prima Minnie.


—No te atreverás. Si me tocas te juro que te meto un cuchillo por la boca —grita la niña.


Los gemelos, que tampoco se soportan, se retuercen el pelo y Telma la emprende con Mirian: están pegándose zarpazos como verdaderos felinos. Nadie se da cuenta que Peter (el hermano pequeño) ha desaparecido…


—Te odio ¡guarra!


—Y yo a ti ¡cabrona!


Braman las damas convertidas en leonas.


—Voy a dejarte la cara como un mapa. Ni el mejor cirujano plástico del mundo podrá arreglártela —grita Telma.


—Y yo te filetearé tu culo seboso —vocea Mirian.


—¡Ah, sí! Habéis venido porque no tenéis donde caeros muertos. Aquí, ¡a pedir dinero! ¡No os daremos ni un puto dólar!


De repente, suena un disparo en el piso de arriba. Segundos después, Dorothy se asoma a la barandilla de la escalera, pistola en mano:


—Aquí hay un problema más grave. Helen olvídate de tus dedos y tú, Saúl, a partir de ahora serás tuerto. Peter está muerto; estaba robando las joyas de la familia. Cuando lo pillé, me dijo que si chillaba o pedía auxilio me pegaba un tiro.


—¿Y?... —pregunta Saúl.


—Discutimos y, accidentalmente, el revólver se disparó. Está en medio de la habitación con un agujero en la barriga.


—Madre, ¿cómo has podido? —Pregunta Bill.


—Me defendía: os lo juro.


—Claro —dice Saúl—. Como el ventanal que le cayó a papá hace nueve años y lo decapitó. Aflojaste las bisagras porque cuando se emborrachaba —bastante a menudo, por cierto— te pegaba más de una leche.


—Dejémoslo estar…   —comenta la madre. 


—¿Qué propones? —Secunda Bill.


—Lo mejor para todos será que llamemos a la policía —insinúa Helen.


—¡De eso nada! ¡Chitón!!! —vocea la mater familia, autoritaria—. Descuartizamos a Peter y lo echaremos en los Cayos. Los cocodrilos harán el resto. Tú, Helen —le dice a la viuda— ni rechistar. Estabas de tu marido hasta el moño. ¡A trabajar! ¡Ya está solucionado!


Bajan el cadáver por la escalera enrollado en la alfombra de cachemires del dormitorio. Saúl va delante, sujetándole los pies y Bill detrás, asiéndolo de los hombros. Dorothy guiándolos. La cabeza del muerto pende hacia atrás. Depositan el cuerpo yacente sobre la mesa de Nochebuena, y, entre todos, lo trocean. Acabada la faena, la madre saca varios plásticos y los reparte.


—¡Venga! Metamos los trozos en estos sacos. Hemos hecho un trabajo estupendo. Alto, Saulito. La cabeza se queda en casa.


—¡Caray, madre! ¡Qué obsesión con las cabezas! —manifiesta Saúl de mala leche.


—Bueno, son mis trofeos.


—¿Las cabezas? —pregunta Telma, lenta de reflejos.


—Sí, las cabezas —repite Dorothy—. Si no te callas después vas tú.


—¡Buaaa!!! ¡Buaaa!!! —la mujer rompe a llorar.


—¡Deja de lloriquear, zoquete! Era broma. Me quedé la de mi esposo para darle un entierro digno. Lo mismo haré con la de mi hijo Peter. ¡Así pongo flores cuando me apetece! —vocea Dorothy, como una posesa.


—¡Hala! A echarlo a los Cayos —finiquita Saúl.


Sacan los pedazos del cuerpo en diferentes bolsas. Las meten en la camioneta y emprenden la marcha cantando villancicos. Forman una coral siniestra con sonrisas macabras y alguna que otra mancha sanguinolenta, en sus trajes. A pocos kilómetros, aparcan en una zona cercana a los Florida Keys. Una a una, sacan las bolsas con los restos de Peter. Dorothy, delante –linterna en mano— dirige la comparsa.


—No acercaros demasiado que por aquí hay demasiados cocodrilos sueltos —sugiere la matriarca de la Santa Compaña.


Asestan diversos tajos en los paquetes para que los aligátores huelan los trozos de carne y los devoren como un suculento manjar navideño.


—Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once y ¡doce! Ya está. ¡Bravooo…!!! —palmea, Dorothy, pegando saltitos.


—Madre que era tu hijo —manifiesta Bill.


—¿Y qué? Era un zángano —contesta ella sin inmutarse.


Unos ruidos los alertan. Enfocan hacia los manglares. Una marabunta de reptiles comienza a zambullirse en el agua. A los pocos minutos, empieza un baile salvaje para ver quién se lleva la mejor parte. La familia al completo se despide con grotescas palabras.


—Jua, jua, jua… ¡Adiós, adorado hijo!


—Jejejeee… ¡Adiós, querido tío!


—Jijiji… ¡Bye Bye, estimado hermano!


—Hasta nunca, amado esposo.


—Papi eras feo y no te queríamos. Allí serás más feliz.


—Cuñado, polla floja y enana, quise que me la metieras y no lo hiciste ¡qué te den!


—¿Qué has dicho, Mirian? —interpela Bill.


—¿Acaso tú no te lo montas con Helen, su querida viuda? Por nombrar alguna de tus amantes…


—Está bien. Ya lo sabemos, en nuestra familia ¡viva el totum revolotum! ¡Viva la anarquía!  Jajajaaa… Jajajaaa… Jajajaaa… —replica el marido riendo, histérico.


Acabado el ágape réptil, la familia, vuelve a casa entonando Jingle Bells. Terminan la cena con una gula incontenible. Pero la noche no acaba bien. Días después, hallan la mayoría de cabezas del grupo. Los cuerpos son un misterio por resolver.

 

 

© Anna Genovés

Revisado el 24 de diciembre de 2022

Republicada el 22 de diciembre de 2023

Imagen tomada de la red

 

 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 

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Bloody Christmas

by on 18:57:00
    Bloody Christmas   Navidades felices o quizás sangrientas; la madre asesina al hijo el hermano se enajena cocodrilos hambr...



 


La pasión de Napoleón y Josefina

 


A las maduras

nos agrada el escondite

el premio es bello

y las risas, caramelos

 


Josefina es una mujer madura exultante con unas mini vacaciones de invierno. Después de trabajar duro durante todo el año, se ha tomado una semana de relax. Ha decidido que la mejor medicina para reponerse del estrés al que está sometida, es cambiar la rutina: nada de trabajo, ordenador, dietas, redes sociales o deporte. Necesita comer sin pensar en las caloría que engulle y cambiar las máquinas del gimnasio por el sofá. Sin embargo, pasados los primeros días, se da cuenta que está falta de sexo y necesita un poco de acción. Se pone a mirar los artilugios eróticos que ha ido comprando en diferentes sex shops cibernéticas, pero ninguno le llama la atención lo suficiente como para usarlo. Es una compradora compulsiva y tiene un buen surtido: un hermoso plumero decorado con strass, unos antifaces, unas esposas, vibradores con potencia plus, un babydoll de Chantilly marfil, bolas chinas de diferentes tamaños y texturas, medias de rejilla en diferentes colores… En fin, un ajuar completo.


Luego de repasarlo, es obvio que fantasee con todo lo que ha hecho y todo lo que podría hacer. Y… se excita más de lo habitual. La fragancia a mujer experimentada se dispersa por el ambiente. Acaricia sus pezones y su sexo se humedece. Sus dedos se deslizan por sus esculturales curvas, el bello se le eriza cuando roza los labios de su vulva y aprieta el clítoris. Convulsiona y gime de placer mientras su vientre se agita. Saciada, wasapea a una amiga y le cuenta la historia. Y, ésta, le dice que necesita algo más fuerte y la invita a una fiesta picante que celebra su troupe en el club privado Versalles. Al día siguiente, se pone el babydoll y unas medias de rejilla por arriba de las rodillas con ligueros de encaje. Se recoge la melena azabache en una diadema dorada. Toma un antifaz de estilo afrancesado. Se calza unos Manolo Blahnik con tacón de aguja forrados en satén. Y, encima, se coloca un abrigo masculino de paño. Toma un taxi que la deja en la puerta del antro.


Versalles está extrañamente iluminado y la puerta aparece cerrada. No obstante, cuando la golpea los paneles de forja repujada se abren. No hay nadie esperándola. Pese a ello, ve una espectacular butaca de seda en tonalidad blanco roto con dibujos florales en el que han dejado un sobre lacrado que lleva su nombre, sonríe maliciosa. Lo abre y lee: «Ponte cómoda Josefina. Jugaremos al escondite. Te divertirás». ¿A ver dónde me he metido? Piensa mientras se quita el abrigo y se coloca el antifaz.


Le llama la atención la suave música de cámara que oye en la lejanía; se encamina hacia ella entre habitaciones vacías y mesitas barrocas. Sube al primer piso despacio y altiva como las celebrities de pasarela. En la primera planta solo una puerta está abierta. Se dirige hacia ella y descubre un salón rococó decorado por cortinas y mobiliario de terciopelo púrpura con medallones semitransparentes ribeteados en oro, en los que aparecen escenas eróticas. ¡Vaya! Creo que llegué al salón de la lujuria, recapacita.


Unas risas fluctúan cerca. Se sienta en un canapé mullido y la luz se afloja hasta llegar a una penumbra sinuosa donde todo se intuye y nada se ve. Alguien, que no llega a reconocer, deja el aliento en su nuca. No pregunta. No intenta acariciar el aire denso de la habitación de los placeres. Pero, se estremece cuando unos labios besan su cuello y unas manos la incitan a levantarse para rodear su cintura y, de improviso, destrozar su braguita y rebuscar entre su partes íntimas. Sobreexcitada por la sorpresa, se gira. Empero, sólo distingue una máscara que se lanza sobre sus pechos, muerde sus hombros y lame su piel con una lengua depredadora. Josefina busca su miembro endurecido. Sin embargo, encuentra unos genitales femeninos de labios inflamados: los acaricia. Introduce los dedos por la abertura. Nota cómo se contraen y dilatan las paredes húmedas. De repente, la enmascarada desaparece en la opacidad de la sala.


Agitada, sigue a la sombra. Pero cuatro manos la atrapan y la deslizan hacia la pared donde miman su cuerpo. Aproxima sus manos y roza unos pechos generosos con pezoneras temblorosas. Los estruja, igual que comprimen los suyos. Su boca acuosa necesita alimentarse, se lanza hacia las redondeces; las lisonjea y resbala su lengua hasta alcanzar unos labios glotones que la engullen. Jadea. Deja que su humedad penetre en el interior de esa boca desconocida y gozosa. Lenguas entrelazadas. Carne trémula. Cambia de pareja y otros labios le proporcionan un sabor afrodisiaco de fresas con champagne que enardecen su libido. Quiere más. Necesita eclosionar. Pese a ello, las siluetas se esfuman traviesas.


Camina a tientas entre los persuasivos cortinajes y el mobiliario de lujo. Se le antojan cuerpos errantes que necesitan amor, acaricia sus caderas. Resbala las palmas hasta el pubis. Antes de adentrarse en su templo ardiente, otros dedos pellizcan su espalda y un miembro eréctil se abre camino entre el surco de sus nalgas. Quiere tenerlo dentro, piensa con ojos felinos y labios jugosos. Su almendra rosada, gotea. El macho sigue el juego amoroso frotando sus senos. La invita a tumbarse sobre un mullido sofá donde la inmoviliza y la besa voraz. Josefina siente unos espasmos musculares fortísimos: tiene un orgasmo múltiple que la deja exhausta. Su organismo tiembla exterior e interiormente en el preciso instante en el que un taladro de considerable tamaño, irrumpe en su intimidad y numerosas manos agasajaban su convulsa hechura. Los movimientos endiablados aceleran los calambres de su pubis, de su cuerpo. El semental no se aparta. Siguen bailando hasta que sus cuerpos sudorosos caen extenuados sobre las finas tarimas de madera pulida.


Es entonces, cuando recoleta como una paloma virginal repleta de amor, le dice a su partenaire…


–La experiencia me ha gustado y quisiera repetir en otras ocasiones. ¿Cómo puedo encontrare? ¿Cuál es tu nombre?

–¿Cómo? Mi amada Josefina. ¿Aún no me has reconocido? Soy tu Napoleón.


Josefina deja Versalles horas más tarde. Sonriente y hermosa. Se ha sentido como un apetitoso filete de carne picada espolvoreada por distintos condimentos. Ha fluctuado entre todo tipo de secreciones gozosas. Una experiencia gravitatoria.


 

© Anna Genovés

Revisado y tuneado el viernes 1 de diciembre de 2023

Imagen tomada de la red

 *Cuento original incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437

 

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La galaxia de los emperadores Síssí y Peddor

 


En el año veinte mil doscientos, los terrícolas supervivientes a los cataclismos acaecidos en su planeta, colonizaron la estrella de una galaxia cercana. Fue un momento histórico en el que las mujeres y los hombres decidieron la castración quirúrgica de todo individuo por la existencia infinita de una paridad absoluta entre los sexos.


En los nuevos hábitats se dispusieron tanques de criogenización eterna para espermatozoides y ovocitos; de manera que, la raza humana, prosiguiera por los siglos de los siglos y la gracia divina de los soberanos galácticos: la Emperatriz Síssí y el Emperador Peddor. Quiénes, entre otras leyes impuestas democráticamente y en solitario, decidieron que se borrara de los anales de la historia las terminologías hombre y mujer, y sus plurales. Desde ese año, las mujeres serían marichulis y los hombres pepebobos. Cuando la existencia del humano era vacilante podía elegir la lista más acorde con su pensamiento o incluirse en el clan de los queers –los menos problemáticos si los tratabas por iguales.


De esta manera tan regalada y provechosa, pasaron los siglos de gloria y ventura con una equidad maravillosa hasta que las marichulis se apropiaron de todos los roles de los pepebobos, que vieron su existencia postergada al cuidado de la casa y poco más. La igualdad, gradualmente, se esfumó. Con el cambio y por suerte para ellas, acabaron los feminicidios. No obstante, apareció una misandria acuciante y peligrosa.


Un día de invierno del año treinta y tres mil uno, nació un pepebobo singular. Llegada la pubertad congregaba en el templo del Seacabó a un grupo numeroso de prosélitos. Promulgaba esa olvidada igualdad que sus antepasados habían firmado; Justicio era así.


En unos de sus tranquilos paseos escuchó a dos marichulis púberes hablando entre ellas. No pudo evitar agudizar los tímpanos…


–Tú te crees, Manola –le decía la una a la otra—. He tenido que pedir permiso para cruzar la calle a un pepebobo y me ha dicho—: «Claro guapa».


–¿Cómo que guapa? ¿Se ha atrevido a llamarte: «Guapa»? Eso no se puede permitir –contestó la escucha—. Imagínate que fuera al contrario y una dama le contestara a un caballero—: «Claro guapo». Queda fatal. Ahora mismo vamos a la comisaría y lo denunciamos por agresión sexual e intento de violación.


Justicio no podía creer que aquella estupidez ascendiera al grado de calamidad. Así que alzó las manos al firmamento y en un monólogo abierto dijo con los brazo alzados—:


–Ya estamos en ese punto de inflexión en el que uno de los sexos se descontrola. Desde que el mundo es mundo y se nos ocurrió crear a los humanos siempre sucede lo mismo. Andamos de matriarcado a patriarcado y viceversa. Y, dependiendo de quien ostenta el poder, pasamos al hembrismo o al machismo. Es la última vez que muero por ellos.


Alguien lo escuchó.


Reinaba por aquel entonces, Síssí 25. Descendiente directa de la primera Síssí, quien al más puro Cleón de Asimov en Fundación, había elegido ser la regente eterna por medio de la clonación. Antaño el matrimonio de reyes tenía copias, pero al llegar al Peddor 11, ella tenía más jurisdicción, y, como quien no hace nada, dejó abiertas los receptáculos de clonación masculina y se deshizo del esposo. Tal era su ambición que hacía y deshacía como le venía en gana sin que nadie se entrometiera en sus decisiones gracias a las IAs humanoides e indestructibles que la escoltaban.


En el caso del pepebobo Justicio, el espía guasapeó el asunto a una marichuli cercana a Síssí 25 y, la muy excelentísima, dictaminó su crucifixión invertida bajo tablas de titanio ennegrecido que emanaban sulfato de plutonio. Un enorme gentío se reunió en la plaza de los Arrepentimientos para ver la ejecución. El silencio se hizo cuando una IA clavaba la lanza de acero inoxidable en el costado del reo y, éste, dijo en su último hálito de vida, cuando su carne abrasada emanaba una fragancia enfermiza—:


–No me arrepiento de nada. Vosotras no sois marichulis: sois mujeres. Y vosotros, no sois pepebobos: sois hombres. Hijas e hijos, no codiciéis lo que tiene la vecina o el vecino. De lo contrario, lo perderéis todo.


Lo que tenía que ser un homicidio proclive a la emperatriz, se convirtió en la llaga que se propagaba día a día y milenio tras milenio. Nueve siglos después, los pepebobos alcanzaron puestos relevantes en las sedes nacionales de los países florecientes. Se habían hecho un hueco entre las marichulis, quienes les mostraban respeto.


También en el deporte ocuparon lugares privilegiados. Llegado esta punto, Los juegos galácticos fueron tan mayestáticos para ellas con para ellos. Síssí 101 dio el visto bueno para la paridad de equipos de ambos sexos.


En la final de Deporte rítmico de pepebobos –la primera vez que, ellos, asistían a la categoría máxima de dicha disciplina—, la marichuli que entrenaba al equipo ganador, se amasó los pechos y gritó en un momento de euforia desenfrenada delante de las personalidades aposentadas en el palco VIP—:


¡Con dos melocotones!


Algo que desagradó a los congregados, máxime cuando al ir a condecorar a los campeones, no pudo evitarlo y tomó los mofletes del más aguerrido. Los besuqueó con todas sus fuerzas en un alarde maternal—:


–¡Qué feliz estoy, macho! –susurró en el oído del deportista galardonado.


Días más tarde, todo el equipo técnico de marichulis estaba de patitas en la calle por los modales indebidos que había mostrado la entrenadora. Dio lo mismo que, en la galaxia, se hubieran multiplicado las agresiones sexuales a pepebobos por una de tantas leyes inservibles dictaminadas por Síssí 101 y su gobierno de mantenidos. Tampoco importaba que los alienígenas invadieran algunos planetas alejados.


Incluso dio lo mismo que ese año fuera la primera vez que un equipo de pepebobos ganara una final galáctica de Deporte rítmico. Y, también, que todo lo conseguido hasta entonces peligrara con esa nefasta injusticia que Justicio predijo milenio atrás. Ese día comenzó la cuenta atrás. La rueda del tiempo de Amazon se había puesto a funcionar en su millonésima temporada y La dragona renacida aniquilaría a pepebobos y a marichulis. Tal vez fuera la era de los queers. Sin más.


 

©Anna Genovés

Diez de septiembre de 2023

 

 *A veces, merece la pena minimizar los asuntos graves y echarse unas risas para que las mentes constreñidas se despejen.


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Un pullover felino

 

 

 

A veces, la suerte está echada

cuando los ojos se cierran

y la mente habla

 

 

 

Me llamo Manuel, tengo tres churumbeles y una mujer encantadora. Ambos nos hemos quedado en paro. A ella no le queda ni subsidio ni nada de nada y a mí se me acaba la prestación dentro de dos meses. Mi chica limpia algunas casas. Es tan hermosa que me da pena verla de señora a chacha. Mañana tengo una entrevista de trabajo y voy a comprarme una camisa decente. Llevo veinte euros: la vaca no da más leche. Encima, es nuestro aniversario. Se me retuercen las entrañas pensando que no puedo comprarle ni un ramo de flores. Justo, cuando hace diez años que nos casamos.

 

***

 

Acabo de llegar a los almacenes El Corte Español. El aire acondicionado está a toda pastilla y los luminosos inundan la superficie. Nada más entrar, una señorita bastante acicalada me pregunta—:

 

—¿Caballero tiene nuestra tarjeta?

—Por supuesto –contesto para que no me dé la paliza.

 

Ando dos pasos y otro bombonazo siliconado, me aborda.

 

—¿Quiere probar la nueva fragancia de Ferragamo?

—Bueno…

—Mire le pongo un poquito en este dosificador —me embadurna de perfume una cartulina alargada con el logo de la firma— y otro poco en el cuello del chaquetón para que huela bien…

—Lo que tú digas, guapa —contesto.

 

Sigo mi trayecto hasta las escaleras mecánicas. Directo a la planta joven. Los carteles me aturullan. No entiendo cómo las mujeres disfrutan comprando. ¡Es un agobio! Pienso. Al llegar, atisbo a un caballero trajeado con plaquita identificativa en la que leo: «Sr. Pérez, jefe de Departamento».

 

—Caballero, ¿sería tan amable de decirme dónde puedo encontrar una camisa básica? —le pregunto.

 

El hombre se atusa la corbata y, con una sonrisa Profidén, me contesta.

 

—Por supuesto, señor. Yo mismo le acompañaré. ¿Qué busca exactamente?

—Mire, necesito una camisa blanca con rayas marino o similar. Económica, por favor.

—Ya veo… –se toca la barbilla, cavilando—. Creo que ya lo tengo. Usted llevará la talla cuarenta, ¿verdad? —Dice mirándome.

—¡Sí señor! Se nota que entiende.

—Hombre, son muchos años.

—Claro.

 

Seguro que estás hasta los mismísimos cojones de aguantar a las marujas durante todos los días de tu puta vida. Pero, ¡macho! ¡Qué bien lo llevas! Yo en tu lugar, estaría cazando moscas, pienso.

 

Caminamos hasta el stand de Moda Fácil. Diez minutos más tarde, entro en un probador con cinco camisas. El vestidor está hecho un desastre; hay ropa por todos los rincones. ¡Cómo se nota la crisis! Antes, estaba impoluto —hablo con mi reflejo antes de colgarlas—. La primera que me pruebo me sienta como un guante y cuesta diecinueve con noventa euros. No me pruebo más. Al ir a salir, se me engaña un suéter de Kookaï entre las etiquetas. Lo miro y veo a mi chica dentro. Es su marca preferida. Seguro que estaría guapísima, pienso. Fondo perlado y manchas felinas en negro. Miro el precio: ¡hostia puta! Antes, cien euros. Ahora, setenta. Del susto se me cae y ¡zas! Veo que la alarma resbala por el suelo. ¡No me lo puedo creer! Resulta que esas señales con líquido fosforescente antiladrones, está suelta. No, no puedo. ¿Cómo voy a robar un puto suéter? Pienso frunciendo los labios como una acordeón. Pero, mi conciencia me habla trasparente como el amigo de toda la vida que es—:

 

—No seas idiota. Lo pliegas y te lo metes en la bandolera. Sales, pagas la camisa y te largas con un regalazo para tu esposa. Mañana, puede que encuentres trabajo o puede que no. No obstante, ella seguirá feliz con su pullover.

—¿Y qué le digo cuando me pregunte? —interrogo a mi razón.

—Te saldrá en el momento. ¡Hala! Al ataque.

 

Me ruborizo. Empero, hago caso a mi gnosis: mi chati se lo merece todo. Respiro unas cuantas veces y meto el jersey en un lateral de la bolsa. Pago la camisa y salgo de los almacenes más contento que unas castañuelas.

 

***

 

A la mañana siguiente, hago la entrevista y consigo el empleo. Por la noche, cuando los niños se acuestan, cenamos en la intimidad para celebrar nuestro aniversario y el trabajo. Mi churri me ha comprado un bolígrafo de Aldi envuelto primorosamente. Cuando le doy mi regalo, sus ojos resplandecen

 

—¡Es precioso! Gracias mi amor.

 

Me abraza, me besa, me acaricia. Se queda en sujetador y se lo prueba. ¡Está espectacular!

 

…» Ya sé que no debo preguntar. Pero... ¿cómo lo has comprando? 

—A veces, los milagros existen —contesto.

 

Hacemos el amor como si fuera la primera vez. Yo desnudo, ella con el suéter del hurto. Es mi felina particular: toda una fiera. El jersey le sienta como anillo al dedo. No hay nada mejor que tener sexo con la dopamina por las nubes. ¡Y qué bien sienta robar a un ladrón!

 

 

© Anna Genovés


Revisado el seis de agosto de 2023


Imagen tomada de la red


 *Relato incluido en el libro de relatos La caja pública. Asiento propiedad intelectual 09/2015/427. Disponible en formato papel en Amazon. ISBN-10‏: ‎ 1502468433 ISBN-13‏: ‎ 978-1502468437


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Un pullover felino

by on 14:41:00
Un pullover felino       A veces, la suerte está echada cuando los ojos se cierran y la mente habla       Me llamo Manue...