Halloween terrífico







Halloween terrífico

Estábamos celebrado Halloween en casa de una amiga. Había de todo: priva, pirulas y Moby-Dicks a tutiplén. Mi chica iba disfrazada de brujita insinuante: curvas perfectas,  labios carnosos y  pechos redondeados... Cada vez que la miraba me apetecía comerle el pico e introducirme entre sus carnes. Me excité tanto mirándola, que la arrastré al cuarto de baño. Me senté en la tapa del inodoro; ella movió sus caderas... ¡Guau! Mis dedos recorrieron sus muslos y acariciaron sus nalgas. La bajé sobre mis piernas. Nuestras lenguas se enredaron en los interiores acuosos, relamiendo hasta la última gota del alcohol que traspiraban. De repente, varios golpes en la puerta nos cortó el rollo...

—Nanos, la luz se ha ido —dijo Marc, flemático.
—Se habrán fundido los plomos, ¡capullo! —contesté de mala gaita. Le hubiera roto la cara.
—La TV se ha encendido sola. Hay un programa extraño…  —siguió mascullando.
—Jajajaaa… ¿Tú flipas, tío? —contestó mi nena desternillándose.
—Es cierto. ¡Salir de una puta vez! —bramó Cris.

Luna y yo nos miramos alucinados. Cris era la única que no se metía viruta y, por lo tanto, estaba lúcida. Salimos pitando. En el salón estaba la panda hipnotizada con el LG de 42’. La pantalla mostraba imágenes sucesivas del Congreso de los Diputados: los políticos masacrados.

—Buen montaje —dije, dando por sentado que aquello era parafernalia.
—Para lo que sirven —soltó Marc.
—¡Ya te digo! Para trincar la pasta y dejarnos con el culo al aire —sugirió Luna.
—Quiero una Tarjeta Black —insinuó Cris.
—¡Coño! ¿Y quién no? —sentenció Javi.
—Al tajo, tíos. No dispersaros que en España todos somos hijos de Curro Jiménez. Poner otro canal —solté con mal talante, sorbiendo los últimos gránulos de perico que revoloteaban por el interior de la napia.
—Es el único que funciona —contestó Fran, áspero.

En la siguiente imagen, una presentadora salió al plató con la ropa hecha jirones; llevaba los brazos repletos de rasguños. Detrás, Screen amenazándola con un cuchillo inmenso. Reímos a carcajada limpia.

—¡Que guasa tienen…! Son unos putos cachondos  —dije.
—Calla nano. La cosa no pinta bien —sugirió Fran.
—Porque seas segurata, no estás en posesión de la verdad absoluta —repuse.

La locutora habló:

—Estamos en directo realizando un informativo especial Halloween…  —paró en seco.

Screen le metió una puñalada en la clavícula. Ella chilló; la sangre espesa y grana, resbaló por su cuerpo. Siguió hablando…

—El fin del mundo se acerca —terminó de largar.

El psicokiller se cebó con ella. La pantalla se fundió en negro.

—Nanos, ¿habéis visto? Ha sido más real que un snuff movie —soltó Marc con los ojos enajenados.
—¡Joder! Ahora el que no se ríe soy yo —solté con el semblante rígido.
—¡Estamos acabados…! —indicó Javi.
—¡Que no cunda el pánico! Aparqué el furgón del curro justo enfrente. Quizás nos venga bien dar un paseo… —repuso Fran.
Lo miramos flipados…
—¿Qué pasa? Era una sorpresa. Quería daros una vueltecita con el buga de la pasta gansa —terminó por decir.
—Nos vendrá de huevos —aseveró Cris.

Antes de subir al vehículo, escuchamos música en el centro de Karate Gu. Entramos. Había una fiestorra: todos iban disfrazados y hasta las cejas.

—Veis, es una broma macabra. Hoy es la noche de los muertos. ¡Qué miedo! ¡Booo!!! —dijo Luna riendo.

La melodía galopó a marchas forzadas. Los invitados comenzaron a bailar frenéticos; se hizo el caos. Los vampiros se abalanzaron sobre los demonios. Jason asesinó a la niña del exorcista. Freddy descuartizó a Chucky

Sólo una figura se mantuvo apartada. Agazapada en la esquina; cubierta por una capa oscura. Un púgil indefenso. Fuimos a socorrerla. Cogimos  katanas y nunchakos. Inmediatamente, la emprendimos con todo bicho viviente. Al acercarnos a la víctima, una lengua kilométrica y gelatinosa, se expandió delante de nosotros.

—Es el puto strongoi de Guillermo del Toro —dije férreo, a lo Vin Diesel en Riddick.

Rajé, de parte a parte, ese apéndice repugnante y mortífero que nos amenazaba. Veloces como guepardos, nos echamos sobre la repulsiva aberración hasta triturarla. Acto seguido, salimos del garito, subimos al blindado y emprendimos nuestro terrífico viaje. La city estaba en penumbra. En las calles, reinaba el terror. Giramos hacia la avenida y un ejército de zombis nos cortó el paso.

—¡Es el fin del mundo!  —insinuó Manu.
—¡Cállate, hostia! Que no me dejas pensar —grité.
—Tranquilos. Voy a echar marcha atrás —dijo Fran.

Imposible. La legión de muertos vivientes se arrojó sobre nosotros. Estábamos rodeados. El furgón blindado comenzó a moverse como una mecedora de madera noble con carcoma. Mis colegas, gritaron.

—¡No! ¡No! ¡No…! —voceé cuando los cristales cedieron y un zombi putrefacto mordió mi brazo.

La luz murió.

—Calma Alex. Has tenido una pesadilla —dijo Luna acariciando mi rostro empapado de un sudor gélido.
—¿Seguro…? —pregunté frunciendo el ceño.

Luna estaba recostada sobre la cama. Su sonrisa era brillante. Enrosqué mis dedos en su melena azabache: no era un sueño.

—¿Qué te pasa? —indagó mi chica.
—No tiene importancia. ¿Qué haces vestida de bruja marchosa? —curioseé.
—Es 31 de octubre. Esta noche celebramos Halloween en el piso de Cris. ¿No me digas que lo habías olvidado?
Deslizó sus uñas de gel por mi pernera. Me puse como una moto
—Algo parecido... Nena he tenido un mal sueño, pero, ahora ya no tiene importancia.

La abracé y la poseí frenético. Gozamos cuajados en nuestros excesos. Destrocé el disfraz que llevaba. Podía vestirse de todo menos de bruja picarona. Mal pálpito.



©Anna Genovés
24/10/2014

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