Sábanas mojadas












Sábanas mojadas

Pasión desenfrenada entre sábanas mojadas
ventanas abiertas por donde salen las brasas.
Mi fuego quemó tu llama
esa llama cubierta de amor y pausas…
Ha sido un encuentro furtivo…
Una mirada dispersa y un decir, me voy contigo
a dónde quieras...
A un hotel con vistas a una plaza
o a una pensión entre callejas.
La habitación ciento cuatro,
una puerta que se abre y se cierra.
Moqueta azul en el suelo
colcha beige sobre el lecho de tela…
Acostados los dos, empapando nuestros cuerpos
de sudor, mientras tengamos fuerzas.
No sé tu nombre… Ni falta que hace…
Sólo sé que has inundado mi cuerpo
con tu sabor de amante.
Necesito ducharme
quitarme tu olor de entre las piernas
y sobre mi rostro de hiedra.
Abro el grifo y el agua se dispersa,
me lavo con jabón perfumado
y enjuago con colutorio, mi boca espesa.
Después, me sumerjo en la ducha
y tus huellas sobre mi piel, 

se diluyen y no cesan…
Antes de salir, acaricias mi cabello,
me giro y te veo de nuevo, a la espera…
Te unes a mi baile…
Fusionando tu cuerpo con mi frescura interna.
Vuelves a desahogar tu fuego,
con el mío, que ya no quema.
Adiós, es hora de marcharme…
Adiós, amado de un instante…
Si quieres volver a verme,
no podrás encontrarme.
Y si necesitas mi fuego,
tranquilo, ya lo apagaste.
Deseo volver a verte...
¿Acaso no te gustó?
Me gustó tu cuerpo y tus labios de fresa,
me gustaron tu brazos y me gustaron tus piernas…
Búscame por las calles, igual me encuentras…
Todo ha sido perfecto…
Hundiste  tus labios contra mi boca,
me fundiste con tus brazos
y me amaste sin pensar en otra.
Entonces…
Entonces no existe, 

sólo existe mi sombra y tu tristeza.


Dedicado a mi amigo, el poeta Enrique Tamayo.

Anna Genovés
10/03/2012


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